Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
A pesar de la invitación de
varios tuiteros a silenciarlo, en el sentido de abstenernos de hablar de él,
esta columna se origina en el mismo individuo,
político, ganadero, caballista y sempiterno calumniador de periodistas.
Esta corta disquisición sobre el entonces
operador político que mandó por largos y
aciagos ocho años en una Colombia a la que logró reducir a una plantación, gira
en torno a los angustiantes momentos por los que atraviesa la vida de este “combativo” político.
La ansiedad que muestra en
público, está profundamente anclada a su enfermiza relación con el Poder
político. Su existencia cicatera, se explica por ese carácter belicoso, homogeneizador
y mesiánico, alimentado y anclado a su morrocotudo Ego, el mismo que esconde
viejos maltratos y problemas de reconocimiento asociados a su adolescencia.
Después de mandar en el imaginado
platanal y de asumirse como el Gran Redentor y Gran Hermano, su vida entró en
un profundo vacío. Cayó en el terreno de lo insustancial. Y peor se sintió
cuando vio que su legado, la guerra, hoy hace parte del discurso anacrónico que
inspiró el Enemigo Interno. Desaparecida y convertida lafar, en opción política, su desespero se hace incontenible y
visible, de allí la necesidad de crear “nuevos
enemigos” para recuperar el sentido de una vida dedicada a odiar, a imponer, a
someter y a reivindicar el desprecio por todas las ideas que no calcen con las
suyas (conservadoras), muy bien almacenadas y conservadas en almíbar, en la violenta historia de Colombia, la misma que él quiere extender
en el tiempo, como tratando de desconocer la finitud de su vida.
Lo que irrita a este menudo ser
humano es que, como eximio Mesías, no puede confiar en los Otros. Es más, para
él la otredad no existe: solo existen amanuenses, estafetas, escribanos, genuflexos
aduladores y lisonjeros “profesionales”, ubicados en el periodismo que él mismo
odia, o en el empresariado, o en la curia, o en el deporte, entre otros ámbitos.
Eso sí, en su reino no hay lugar para bufones y mucho menos, para el humor. Su amarga existencia no le permite asumir
la risa como “remedio infalible”, y
menos aún como una forma posible de poder.
Tan absolutista como cualquier
terrorista moderno, este colombiano anda desesperado porque a pesar de que al
parecer tiene mucho(s) de dónde escoger, no encuentra todavía al político
capaz, confiable, idóneo, obediente, leal y olvidadizo[1],
que recoja su raída bandera de la guerra y la seguridad, y por esa vía, le
permita sobrellevar con total tranquilidad los años que le quedan de vida
política.
En el ya cercano 2018, nuevamente
el país afrontará un escenario electoral en medio de una ya consolidada
polarización ideológica en la que, de un lado, millones de colombianos
exhibirán el carácter vindicativo con el que asumen la resolución de las
diferencias y los conflictos, y del otro, otros tantos millones que guardan la
esperanza de pasar las páginas de una guerra absurda, para darse la oportunidad
de avanzar hacia la construcción de un mejor país.
Será una lucha, ojalá democrática,
entre los que ríen a pesar de las dificultades y aquellos que usan esas mismas dificultades
para propiciar odios, dividir y sembrar mayores incertidumbres. Será una
disputa entre aquellos colombianos capaces de soñar con un país cubierto de
valeriana, cultivos de pan coger, frutas y hortalizas, y esos otros que sueñan seguir viviendo en el platanal en el que aún vive y cree que manda, el ya rancio Capataz.
Imagen tomada de caminoverde.org
[1]
No hablo de olvidadiza porque su Machismo no le permite reconocer y menos, confiar en las mujeres.
Si al final escoge a una Mujer como su ungida para el 2018, dicha decisión será fruto de su desespero de
regresar a mandar en el único reino en el que se siente a sus anchas.
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