Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
En una anterior columna,
intitulada El voto en blanco[1], hice énfasis en las
posturas asumidas por Sergio Fajardo y Jorge Enrique Robledo, en torno a que en
segunda vuelta votarían en blanco. En esta oportunidad no aludiré a personas en
concreto, sino a los argumentos que esgrimen quienes defienden la legitimidad
de esa opción de votar.
Quienes optarán por votar en
blanco, lo hacen escudados en los argumentos que recojo en las siguientes frases:
“es un voto que sanciona la polarización”;
“por rechazo a las dos opciones que quedaron en la disputa electoral”; “es una
forma de protesta y de resistencia”; “es un camino para construir una opción
distinta”.
Varios ciudadanos que conozco
y que insisten en votar en la ya señalada dirección, exponen reparos en torno
al proyecto político que encarna Petro Urrego. No suscriben comentarios en
torno al proyecto de país que encarna el candidato Iván Duque Márquez, porque
esos mismos ciudadanos reconocen que el novel político está rodeado de grupos
de poder con un pasado tenebroso, mafioso, criminal y con ideas anacrónicas que bien sabe concentrar el
ladino ex procurador general de la Nación, Alejandro Ordóñez Maldonado.
Sin embargo, y a pesar de la
contundencia de los hechos de corrupción, de los falsos positivos, del quiebre
institucional y del debilitamiento del Estado Social y Democrático de Derecho
que hizo posible y agenció Uribe Vélez (2002 y 2010), el mentor de Duque, estos
compatriotas insisten en votar en blanco porque el candidato de la Colombia
Humana no les gusta por las siguientes
razones: “es que fue guerrillero, por lo tanto,
tiene un inconveniente carácter militarista; que es populista y mesiánico; y
que generaría mayores traumatismos en una parte del Establecimiento que lo
rechaza”.
A esos ciudadanos les digo lo siguiente: votar en Blanco
deja de ser un opción legítima porque el actual momento histórico por el que
atraviesa el país, exige asumir posturas claras, arriesgadas si se quiere y
diferenciadas, con miras a evitar el regreso al poder político del ethos
mafioso[2]
que se naturalizó entre 2002-2010.
Escudarse en el pasado político y en el egocentrismo de
Petro deja entrever, en muchos de los casos, una postura de clase de estos
ciudadanos que les impide aceptar que alguien distinto a los hijos de la élite
tradicional, y además, fuerte contradictor, hoy tenga la posibilidad de
arrebatarles el control del Estado a las sempiternas familias que han manejado
a su antojo los asuntos estatales.
Es claro que al votar en blanco, los beneficiados serán Álvaro Uribe Vélez[3],
Vargas Lleras[4] y
Ordóñez Maldonado[5],
representantes del Establecimiento y agentes de un régimen de poder oprobioso,
violento y corrupto; y por supuesto, se
beneficiará el propio Iván Duque, quien en una especie de “serendipia política”,
tiene hoy una clara opción de convertirse en Presidente de la República de
Colombia, por ser el elegido de Uribe. El mismo Duque debe saber que entrará a
empellones en la historia política del país gracias a la “designación” que le
hiciera el caballista, latifundista y ex presidente[6]
de Colombia.
Quienes votarán en blanco y a pesar de rechazar a ambas
campañas, terminarán legitimando las acciones y decisiones de Estado adoptadas entre
2002 y 2010, lo que incluye, por supuesto, el debilitamiento de la
institucionalidad democrática por cuenta de la concentración del poder en las
manos del entonces Presidente Uribe Vélez. Huelga recordar el agrio enfrentamiento con la
Corte Suprema de Justicia[7],
así como las chuzadas del DAS[8],
episodio este que confirmó la penetración paramilitar[9]
en esa instancia de poder y en otras entidades estatales.
Mientras que la campaña de Duque arrastra los problemas
éticos[10]
y morales de todos los partidos y los políticos profesionales que se le
adhirieron, la de Petro Urrego hala las decisiones adoptadas durante su paso
por la Alcaldía Mayor de Bogotá y las
lecturas ideologizadas que se hacen de su pasado como miembro del M-19.
Olvidan quienes recuerdan su paso por esa agrupación subversiva, que por las
circunstancias del contexto de los años 60, el levantamiento armado estaba más
que “justificado”. Parece que igualmente no recuerdan que fue amnistiado e
indultado por el Estado y el que el propio Uribe Vélez apoyó en su momento tal decisión
jurídica y política. Es más, dejan de lado que dentro del Centro Democrático
militan ex compañeros de Petro. En esa línea, al parecer habría un doble rasero
para medir y calificar aquello de “haber sido guerrillero”.
Así entonces, votar en blanco este 17 de junio[11]
se constituye, sin duda alguna, en una
decisión que de manera soterrada, terminará beneficiando a quienes tanto daño
le han hecho al país, a la sociedad y a los ya complejos procesos civilizatorios
echados a andar de tiempo atrás.
Votar en blanco es un error
y obedece a una actitud mezquina, incoherente y cobarde, propia de quienes a pesar
conocer y reconocer los hechos delictivos y de las erradas políticas económicas,
ambientales y sociales adoptadas durante el periodo presidencial 2002-2010, son
incapaces de castigar tanta ignominia, votando por una opción de poder que, a
pesar de miedos, incertidumbres y prevenciones, puede hacer posible proscribir
el ethos mafioso[12]
que se entronizó en las relaciones Estado, Sociedad y Mercado.
Votar por Petro no nos convierte en “petristas”, y mucho
menos nos convierte en “guerrilleros vestidos de civil”. Por el contrario,
entregar el voto al candidato de la Colombia Humana constituye una verdadera
resistencia social y política en contra del proyecto neoconservador en lo
social y neoliberal en lo económico que agenciará Duque, en nombre de Uribe,
Ordóñez y Vargas Lleras, entre otros.
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