Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y
politólogo
Después de la
jornada electoral del 11 de marzo, son varias las reflexiones que se pueden hacer
en torno a lo decidido y expresado a través del voto.
Los resultados
electorales confirman que Colombia sigue siendo un país Godo y fuertemente
atado a las formas tradicionales como se ejerce el derecho a votar. Es claro que
las prácticas electorales y las decisiones políticas de millones de colombianos
siguen atadas al ethos mafioso
(clientelismo, entre otras manifestaciones) que guía la vida pública de caudillos
como Álvaro Uribe Vélez[1]
y Germán Vargas Lleras[2],
cuya vigencia política se da gracias a la débil institucionalidad en los
órganos judiciales y de control disciplinario en donde reposan disímiles
investigaciones, entre ellas por paramilitarismo, que los comprometen de tiempo
atrás.
El hecho de que el
controvertido movimiento político, Cambio Radical, cuyo líder natural es Germán
Vargas Lleras, haya pasado de 9 curules en el Congreso, a 16, da cuenta del
fuerte engranaje clientelar de una colectividad asociada a prácticas corruptas
de gobernadores y alcaldes. Baste con nombrar lo sucedido en el departamento de
La Guajira con el caso de Kiko Gómez para entender la dimensión de la corrupción
y del maridaje entre Política y crimen.
De otro lado, las
votaciones alcanzadas por Duque y Petro, en las mal llamadas consultas
interpartidistas, dejan un claro derrotado: el Centro. Es decir, la
polarización política entre la Izquierda, representada en la figura de Gustavo Petro[3],
y la Derecha y la ultraderecha, representada en Iván Duque, se consolida y
extenderá hasta el 27 de mayo, día en el que los colombianos elegiremos el
sucesor de Juan Manuel Santos.
Los votos
alcanzados por Petro Urrego en la consulta (2.845.173) señalan claramente dos
caminos para los candidatos que dicen e insisten ubicarse en el Centro: Fajardo
y De la Calle. El primer camino, es unirse y presentarse a la primera vuelta
presidencial, con el firme objetivo de recoger el voto inteligente y de opinión
de los cientos de miles colombianos que buscan alejarse de la polarización
política que el país vive desde 2002 y que aspiran, con un grado inocultable de
ingenuidad, apostarle a transformar las costumbres políticas no solo en la
clase política, sino en los millones de ciudadanos empobrecidos social,
económica y políticamente.
Presentarse de esa
manera, abre la puerta a un enorme riesgo de que faciliten el triunfo de Duque
(4.028.879 votos obtenidos), quien podría contar con los votos alcanzados por
Martha Lucía Ramírez (1.535.738) y el impúdico y fanático religioso, Alejandro Ordóñez
Maldonado (384.065). Es decir, hoy, una coalición Fajardo-De la Calle de poco
serviría para intentar frenar el regreso de Uribe Vélez a la Casa de Nariño,
así sea en el cuerpo de un manipulable e inexperto Iván Duque Márquez.
Y el segundo
camino, deponer egos y en bloque, unirse a Petro sobre la base de que el ex
alcalde de Bogotá morigere su discurso y el talante mesiánico que por momentos
expone y que puede crecer si cae en el error de sobre dimensionar el resultado
obtenido este domingo 11 de marzo (al sumar los votos de Caicedo, esa parte de
la izquierda alcanza apenas los 3.359.623 votos).
Por el lado de la
Derecha, los votos alcanzados por Duque abren dos caminos: el primero, que se
construye o está determinado por la confianza que el resultado electoral del
domingo 11 de marzo le pueda dar, para presentarse a la primera vuelta
presidencial, enfrentando a Vargas Lleras, su contendor en la misma orilla
ideológica. El segundo camino sugiere invitar al jefe único del partido que
aumentó sus curules en Senado (Cambio Radical pasó de 9 a 16), a lo que hay que
sumar los 30 escaños que alcanza ese mismo partido en la Cámara de
Representantes. Aquí las valoraciones que deben hacer ambas campañas giran en
torno al débil carisma y la imagen
negativa de Vargas Lleras, si se compara con la figura de Duque que, a pesar de
arrastrar el riesgo de permitir el regreso de Uribe Vélez al control del
Estado, esta circunstancia parece
importar poco si se mira que el Centro Democrático (CD) aumentó sus
curules en Cámara de Representantes y perdería
apenas una en el Senado.
Así entonces,
eliminado el Centro como opción política y electoral, los candidatos Humberto
de la Calle y Sergio Fajardo están
obligados a replantear sus campañas, de cara a enfrentar a una Derecha y
ultraderecha fortalecida tanto por el triunfo de Duque en la consulta, el
mantenimiento del poder político regional del Centro Democrático, así como por
el aumento del poder clientelar de Vargas Lleras al interior del Congreso
(2018-2022).
En riesgo la Paz Territorial
Al revisar la
conformación del Senado y la Cámara de Representantes, el proceso de
implementación del Acuerdo Final puede sufrir aún más reveses de los que ya
sufrió en la pasada legislatura, a pesar de la existencia de la llamada Unidad
Nacional que acompañó al Presidente durante la negociación en La Habana, pero
que luego se fue fracturando, hasta llegar a que varios congresistas de la
coalición de Gobierno dijeran no a las 16 curules para las víctimas del
conflicto armado interno o que dejaran de participar en la decisiva votación,
que finalmente se perdió por las acciones desarrolladas por el Centro
Democrático en bloque y varios congresistas de Cambio Radical.
Las curules
alcanzadas por Cambio Radical y Centro Democrático suman 65, a las que se podrían
añadir las 21 del Partido Conservador, lo que daría 86, un guarismo que bien
podría dar al traste con el objetivo de construir y consolidar la Paz
Territorial[4], que no
es otra cosa que asegurar la presencia legítima del Estado, generar condiciones
económicas que generen riqueza y se construya una ciudadanía que asuma la
vigilancia de la función pública, alejada del ethos mafioso que hoy impera en
las relaciones entre los ciudadanos y las fuerzas políticas que hoy ejercen el
poder político en varias regiones del país.
Las 35 curules del Partido
Liberal estarían, en el papel, al servicio de la construcción y consolidación
de esa paz territorial; se podrían agregar las 9 de la Alianza Verde y las
cuatro que resultan de la suma de los escaños alcanzados por el Polo
Democrático y el grupo de la Decencia que acompaña a Petro en su aspiración
presidencial.
Ante la debilidad
de los partidos políticos, la no existencia de disciplina al interior de las
colectividades, y en particular, ante la fragmentación del Partido Liberal, el
apoyo a la Paz Territorial quedará a merced de lo que cada Congresista decida
hacer.
Si bien es cierto
que la carrera hacia la Presidencia recién comenzó ayer 11 de marzo, las
campañas y los candidatos no arrancan de cero. Por el contrario, la
polarización política e ideológica seguirá presente y hará que la contienda
electoral se torne difícil no solo por el talante de quienes lideran encuestas
y llaman la atención de una prensa que insistirá en dividir al país, sino por
lo que está en juego: lograr cambios sustanciales en las maneras como operan el
Estado, la sociedad y el mercado, en aras de disminuir la pobreza, la exclusión
y de ampliar la democracia.
Es probable que los
asuntos relativos a la Paz Territorial y a la implementación del Acuerdo Final continúen
relegados como hasta el momento. Todo
dependerá del talante de una contienda electoral que muy seguramente ganará en
pugnacidad, por el carácter y los egos de quienes participan, desde diversos
intereses y funciones: Uribe, Duque, Petro y Vargas Lleras.
Muy seguramente
Petro no insistirá en el tema de la implementación del Acuerdo Final. Y lo hará
no solo porque su proyecto político no coincide con el de la Farc, sino porque
el ex alcalde de Bogotá cree que los cambios y ajustes que propone al modelo
económico y político terminarán aportando, de manera natural, a la
consolidación de la Paz Territorial.
Sutiles cambios
A pesar de la
fuerza que sigue demostrando la tradición, el ethos mafioso, la componenda como
elemento clave de la ética ciudadana y las maquinarias electorales, hay razones
para celebrar por la llegada al Congreso de ciudadanos respaldados por votos
inteligentes, de opinión y sostenidos por viejas luchas por cambiar las lógicas
del Establecimiento. El regreso de Aída Abella, antigua militante de la UP, el
triunfo de María José Pizarro, hija del líder de la ADM-19, asesinado por el
Establecimiento y la gran votación de Antanas Mockus, entre otros casos, dan un
respiro y algo de esperanza de cambio ante la avasallante demostración del
poder mafioso en las elecciones del 11 de marzo.
El país debe
entender que los cambios culturales obedecen a procesos históricos que se
pueden tornar lentos porque la inercia y la tradición hacen que las prácticas
clientelistas y el ethos mafioso sean asumidos como una suerte de inamovibles y
como obstáculos difíciles de solventar para una sociedad como la colombiana,
cuyos miembros exhiben un bajo capital cultural.
Castrochavismo y el país entregado a las Farc
La participación en
las consultas “interpartidistas” fue empujada y motivada en buena medida por el
miedo a que “Colombia se convierta en la segunda Venezuela”. El fantasma del
Castrochavismo[5] movilizó
a la Derecha y a la ultraderecha que, unida en torno a los liderazgos de Uribe y Vargas Lleras, votó a favor de Iván Duque
para que sea él quien haga frente a semejante espectro que no deja dormir a cientos
de millones de pobres que temen perder el único derecho que el Establecimiento
les ha garantizado: vivir sin identidad, sometidos a la relación de dominación clientelar con la clase política y además, seguir alienados por una oferta
televisiva que insiste en mostrarnos como una sociedad mafiosa. Por supuesto
que hay otros cientos de miles de colombianos (contratistas) que de tiempo
atrás sirven a los propósitos de una clase empresarial y política, que es la
que sostiene a un oprobioso Establecimiento.
Con la exigua
votación obtenida por las Farc, se desmorona aquella mentira que
insistentemente alimentó la presencia del fantasma del Castrochavismo: “Santos
le entregó el país a las Farc”. Obviamente, que la derecha, con el concurso de
RCN y Caracol, y sus programas radiales, insistirán en la mentira para
desvirtuar el proyecto político de Gustavo Petro.
Les corresponde a
los líderes de la Farc revisar qué pasó en la jornada electoral del domingo.
Eso sí, hay que destacar que participan por primera vez de una contienda
política y que lo hacen dentro de la institucionalidad que tanto combatieron
por largos 53 años. Serán minoría y seguirán siéndolo por mucho tiempo, hasta
que las correlaciones de fuerza al interior del Régimen de poder sean
modificadas.
Reflexión final
La participación de
un poco más de 17 millones de colombianos en la jornada electoral mantiene en
un alto guarismo la abstención, aunque se celebra que cerca de 3 millones de
ciudadanos por primera vez se hicieron presentes en las urnas. Sin embargo, la
desconfianza de más del 50% del electorado es un síntoma de los problemas que
exhibe la democracia colombiana.
Lo sucedido con los
tarjetones de las dos consultas que se agotaron, aunque es inaceptable y
bochornoso, resulta comprensible en un Estado que exhibe una débil
institucionalidad que se expresa a través de desidia y la falta de
profesionalismo de los funcionarios públicos. Tanto la Registraduría Nacional
del Estado Civil como el Consejo
Nacional Electoral no pueden garantizar total transparencia y equilibrio para
las próximas elecciones del 27 de mayo.
Justamente, en esa
débil institucionalidad se sostienen las aspiraciones de los miembros de los “partidos”
Cambio Radical y Centro Democrático que harán parte del nuevo Congreso, en particular los 65 miembros de estas dos
colectividades que en sus regiones harán todo para impedir que se adopten las
transformaciones institucionales que se acordaron en La Habana, Cuba.
Insisto entonces en
que lo acontecido en la jornada del 11 de marzo de 2018 es la clara expresión
de un Establecimiento que siente miedo por el proyecto político que de tiempo
atrás viene dejando pelechar dentro de sus entrañas, por la incapacidad y la
mezquindad de una élite política y empresarial cicatera y mafiosa que se hizo
con el Estado para mantener y ampliar los privilegios de una clase ociosa,
rentista y oligárquica.
Y cuando las élites
sienten miedo, de inmediato el “doble Estado” se activa y las fuerzas oscuras
entran en operación para eliminar a quienes insisten en arrebatarles el poder
político. Y eso puede pasar en la campaña presidencial que acaba de arrancar.
Imagen tomada de mariajosepizarro.com
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